Caso nº 00026: LA LENGUA DEL MUERTO (CERRADO)

—Algo va mal —musité—. Arjona ya debería haber llamado.

Y salí de la oficina sin dar más explicaciones. Para que la sorpresa funcionase necesitábamos a Arjona, ¿dónde se había metido?

Fui a buscarlo a la comisaría, pero hacía horas que no le veían. Cambié de rumbo y conduje hacia su casa, pero por el camino encontré su coche aparcado frente a un edificio de apartamentos. Intrigado me bajé para ver si estaba cerca, y vi que el portal del edificio estaba abierto y que en el primer piso se oían pasos. Subí con curiosidad las escaleras.

Allí estaba Arjona. Totalmente lívido. Y del apartamento abierto del que salía, emanaba el inconfundible hedor de la muerte.

Entonces me vio.

—No —sentenció—. No, Jack, ni se te ocurra. Fuera. No quiero ni verte por aquí.
—¿Qué? ¡Pero…!
—Ya me has oído. Lárgate ahora mismo, ni se te ocurra asomarte ahí dentro.

Traté de asimilar lo que estaba ocurriendo. Pero mi cerebro se puso en modo automático y trató de identificar alguna pista, algo que me condujera a saber qué estaba ocurriendo. El apartamento estaba muy oscuro para distinguir nada desde el exterior. Nada en la puerta que sugiriese quién era el inquilino, salvo un considerable número de pestillos y cierres de seguridad.

La pistola en la cara me devolvió a la realidad. A la realidad más surrealista que jamás he vivido. Mi amigo Arjona me estaba apuntando con su arma.

—Último aviso, Jack. Tú no vas a meterte en esto.

Sin mediar palabra, retrocedí un par de pasos antes de darme la vuelta y bajar. De reojo busqué en los buzones de la entrada el apartamento en cuestión; la etiqueta con el nombre del inquilino había sido arrancada, pero quedaban la primera y la última letra: una E y una A.

Había pasado una hora. Una hora encerrado en mi despacho, esperando una explicación de mi amigo y contacto en la policía y negándome a dar una explicación a mi equipo. Estaba siendo el peor aniversario de nuestra historia.

Entonces sonó el teléfono. Debo confesar que me decepcionó un poco leer el nombre de Irene en la pantalla.

—Jack, tienes que hacer algo— me dijo—. Es Arjona.
—Lo sé, pero no quiere mi ayuda.
—¿Y eso qué más da? ¡Es tu amigo! ¡Tienes que intervenir, le guste o no!
—Mira, Irene, Arjona y yo no tenemos ningún contrato ni nada. Si él quiere meterse sólo en un caso está en su derecho. Las formas ya son otra cuestión.
—¿Meterse en un caso? ¿Pero qué dices?
—¿No es eso?

Se hizo un silencio tenso. Irene acababa de comprender que todavía no sabía lo que había ocurrido. Y yo acababa de comprender que el motivo por el que no lo sabía había dejado de importar.

—Cuéntamelo. No omitas detalles.
—Mendoza —dijo—. Esta tarde ha aparecido muerto en su casa. Con la boca cosida. Y ahora mismo, Arjona es el principal sospechoso. Hay testigos que le vieron discutir con Mendoza, y oyeron a la víctima decir “El día que yo hable…”
—“… rodarán cabezas”, sí, estaba allí. Pero es imposible que haya sido Arjona.
—Yo pienso lo mismo, no encaja con él para nada. Pero hay algo más.
—¿De qué se trata?
—He podido echarle un ojo al cuerpo. Cuando le han descosido la boca, han descubierto que a Mendoza le habían extirpado la lengua… y que en su lugar habían puesto la lengua de un cerdo.
—¿Qué?
—Como lo oyes. Hasta el esófago llegaba, una lengua de cerdo de 25 centímetros.
—Necesitaré el informe de la autopsia… mierda, Zalaya está en Londres consultando al gran maestro, en cuanto vuelva le quiero hablando con Arjona. ¿Cuándo crees que podrá la policía dejar pasar a Boniatus a la escena del crimen?

Un nuevo silencio tenso. Esta vez sabía a qué tipo de frase precedía.

—¿Qué no me has contado?
—Arjona podrá explicártelo mejor si conseguís hablar con él. Pero según parece, Mendoza iba a por vosotros. Estaba reuniendo pruebas, documentos, consultando precedentes legales. Intentaba desmontar la Sociedad del Misterio.
—¿Y qué? No podía tener nada contra nosotros.
—Yo sólo sé lo que Mendoza dejó caer en comisaría. Pero cuando la policía registró su casa y sus papeles, no encontraron nada sobre vosotros.
—¿Lo que quiere decir?

Irene suspiró.

—Si no encontró nada es lógico que no lo tuviera. Pero si realmente encontró algo, o si al menos tomó notas de sus investigaciones, y esas notas no aparecen… significa que vosotros tenéis un móvil.