La calma reinaba en las oficinas de la Sociedad del Misterio. Boniatus seguía investigando por su cuenta la explosión en la vieja finca de Mariano Hormigo… una escena sin crimen, como me gustaba llamarla; pero había que reconocer que, a medida que avanzaba la investigación del equipo reunido por el Profesor, cada vez parecía más claro que no se había tratado de un accidente.
De cualquier manera, no nos había entrado ningún caso nuevo, y Boniatus se había llevado a algunos cuantos para su investigación, así que nuestras oficinas estaban inusualmente tranquilas. Y por “tranquilas” quiero decir “soporíferas”. Cualquier defensor de la ley y la justicia diría que una temporada sin crímenes es una buena temporada; pero Sherlock Holmes sabía que para todo investigador particular estas rachas sólo traen la apatía, el aburrimiento y el indeseable deseo de que alguien infrinja alguna ley.
Los tres golpes del mensajero en la puerta casi tuvieron que despertarme. Me levanté bostezando, acudí a la puerta, recibí el paquete (algo más grande que una caja de zapatos), firmé la recepción y volví a mi escritorio. En ese momento me di cuenta de que el remite decía “Suministros médicos”. Creo que esa fue la primera vez que realmente le presté atención al paquete que tenía en mis manos.
En el interior del paquete había un contenedor isotérmico. Al levantar la tapa, encontré pegada en su cara interior una carta mecanografiada en una funda de plástico. Pero cuando vi el contenido del contenedor, aparqué la carta para un análisis más detallado en otro momento. Sobresaltado, llamé de inmediato a Irene, nuestra contacto en el laboratorio forense. Necesitaba hacer una prueba, sólo para hacer las cosas bien, pero en el fondo ya sabía cuál iba a ser la respuesta.
Sobre una capa de hielo descansaba una mano humana cercenada. Y sobre su palma, cinco cartas de la baraja francesa: dos ases, dos ochos y un siete.
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—Las huellas coinciden —me explicó Irene—. Es la mano de David Jiménez.
—El fratricida de nuestro primer caso —musité—. La puesta en escena era bastante clara. Mano cortada, jugada de la Mano del Muerto sobre la palma. Tenía que ser él.
—Pero dijiste que seguía en el centro Arca.
—Su madre murió la semana pasada. De cáncer. Se le concedió un permiso para asistir al entierro. Esto es reciente.
—No sabría decírtelo, Jack. El hielo ha conservado bastante bien la mano, pero no sabría decir cuánto tiempo…
—Han tenido que hacerlo antes del regreso previsto de Jiménez al Arca, o su desaparición se habría sabido antes de que recibiéramos el paquete.
—Entiendo.
—¿Qué más puedes decirme?
—El corte ha sido cauterizado. Por el estado del hueso diría que ha sido bastante quirúrgico. Podrían haber limpiado la muñeca, pero aún así se aprecia poca sangre para lo que habría cabido esperar.
—¿Torniquete?
—Y bien hecho. La amputación fue premortem. No hemos tenido suerte, no había piel del agresor bajo sus manos. Tengo que hacer algunas pruebas más para intentar determinar si había sido sedado o si el agresor iba cubierto de la cabeza a los pies… pero si fue eso último, busca algún lugar frío; con este calor, nadie trabajaría cómodamente así vestido.
—¿No puedes decirme nada más sobre dónde se cometió el crimen?
—Sólo tengo esa especulación, y ya te digo que necesitaría saber si la víctima fue sedada o no. No hay nada más que ayude a saber dónde ocurrió. ¿Qué tienes tú?
—Las cartas son de casino. Son plásticas, resisten al agua y no se rompen. Son dos barajas distintas… ¿ves? La doble pareja está sacada del Casino Night, el siete del Comodín Salvaje.
—¿Por qué barajas distintas?
—Aún le estoy dando vueltas a eso.
—¿Y la carta? La mecanografiada, digo.
—Aún no la he leído, primero quería saber todo lo que podíamos sacar del resto del contenido del paquete.
—¿Por qué?
—Porque quienquiera que me haya enviado esto, y estoy bastante seguro de saber quién ha sido, podría querer crearme una primera impresión con su carta y lanzarme a investigar en la dirección equivocada.
—¿Qué dice Boniatus?
—Está en otro caso.
—¿¿No le has llamado??
—¿Tenemos escena del crimen?
—No.
—Entonces prefiero que siga con su investigación. No quiero abandonar un caso sólo porque nos llegue otro un día después. ¿Podrías llamar al centro Arca y verificar que David Jiménez no ha vuelto?
—Tenemos su mano.
—Lo sé. Verifícalo, por favor.
Irene fue a hacer esa llamada. Yo rescaté la carta mecanografiada en su funda de plástico y comencé a leer. La letra de máquina me resultaba alarmantemente familiar.
Mi muy admirado detective Ryder:
Lo que llega a vuestras manos
no es más que una imitación.
El fantasma de Morfeo
yo albergaba en mi interior.
Viendo con mi único ojo
el charco de vida ennegrecer,
ni tercios, quintos ni medias:
yo la clave he de esconder.Considere esto mi regalo de cumpleaños atrasado. Motivos ajenos a mi control me han impedido hacer esto cuando lo tenía previsto; pero lo que cuenta es la intención, ¿no es así?
Encuentren el resto del cuerpo antes de que sea tarde. Que se diviertan.A. K.
—En el centro Arca no consiguen contactar con los guardias ni el conductor que le escoltaban —dijo Irene—. ¿Qué dice la carta?
—Que David Jiménez sigue vivo, y que quizás no tengamos mucho tiempo.