Caso nº 00025: UN EQUIPAJE INESPERADO (CERRADO)

La habitación de paredes blancas se encontraba en un silencio sólo interrumpido por los rítmicos pitidos de un electrocardiógrafo. Ni nuestro nuevo cliente ni yo nos atrevíamos a articular palabra alguna. La pequeña niña de cinco años que descansaba en aquella cama llevaba ya más de una semana sin despertar.

Rodolfo Dantés, el abogado de la familia de la niña, me pidió que saliéramos al pasillo para hablar. Pude apreciar que estaba verdaderamente afectado por la tragedia.

—No debió pasar. Simón… mi cliente… se desvive por la pequeña Andrea. Estoy seguro de que él conducía con todo el cuidado del mundo.
—Los accidentes ocurren, señor Dantés. ¿Cómo fue?
—Simón metió a la niña en el coche cuando ya estaba dormida. Quería darle una sorpresa, la llevaba a Port Aventura. La niña duerme como un tronco, así que se habría despertado ya allí.
—Bonito detalle. ¿Qué ocurrió entonces?
—Un camión se salió de su carril. Simón intentó esquivarlo, perdió el control del coche y volcaron.
—Entiendo. Pero los accidentes no entran en nuestra jurisdicción, señor Dantés… usted nos ha llamado por otra cosa, ¿no es así?

El letrado suspiró y sacó una fotografía de su maletín. Se aseguró de que no hubiese gente cerca antes de mostrármela.

—La ambulancia llegó relativamente pronto, recogió a mi cliente y a su hija y los llevó al hospital, donde fueron debidamente atendidos. El problema vino cuando la grúa recogió el coche… y encontraron esto en el maletero.

Cogí la foto de su mano y se me heló la sangre en las venas. En toda esta historia, sinceramente, no me encajaba esa pieza… pero ahí estaba: un hombre joven, de unos treinta y pocos años, muerto por una herida de bala en la cabeza.

—Imposible que esto ocurriera durante el accidente.
—En cuanto Simón despertó, la policía le comunicó que estaba detenido como principal sospechoso del asesinato. Y no puedo culparlos, es comprensible que sospechen del propietario de la escena del crimen… pero mi cliente no pudo hacerlo, estoy seguro.
—Usted es un abogado competente —dije, demostrando que me había documentado sobre él antes de acceder a verlo—. Seguro que podrá demostrar su inocencia…
—No lo entiende. Simón es hijo único, huérfano y viudo. Andrea sólo le tiene a él. Cuando despierte del coma necesita tener a su padre cerca… y sólo Dios sabe cuánto podría alargarse el juicio antes de que pueda exonerarlo. Necesito ayuda externa, señor Ryder.

—¿Opinión? —pregunté.

Estaba de vuelta en la oficina, acompañado por nuestro cliente y por Zalaya. El abogado sostenía entre sus manos nerviosas una taza de mi mejor té de cacao, coco y vainilla.

—Habría que llamar a Boniatus —comentó Zalaya—. No querrá perderse esto…
—El profesor se ha ganado unas vacaciones, y se merece disfrutar de ellas sin interrupción. Además, dentro de lo malo, en este caso en concreto su departamento quizás iba a tener muy poco trabajo.
—Hm, cierto, es una ECM, no lo había pensado.
—¿ECM? —preguntó el abogado.
—Escena del Crimen Móvil —explicó Zalaya.
—Exacto. Sabemos dónde se encontró el cadáver, pero no dónde lo mataron. En estas fotos no se aprecia que haya apenas sangre en el maletero, y las heridas de bala en la cabeza tienen la mala costumbre de sangrar.
—¿Y entonces? ¿No tienen con qué trabajar?
—Yo no he dicho eso, pero necesitaría saber dónde buscar. Podemos empezar por el coche, pero ayudaría tener alguna idea aproximada de dónde más ha estado y de quién ha tenido acceso a él.
—Si me disculpan, voy a llamar a mi pasante para que me consiga esa lista —terció el abogado.
—Por supuesto. ¿Tú cómo lo ves, Zalaya?
—Coincido, necesitamos saber quién ha usado o tenido a mano ese coche. Pero no creo que debamos descartar que realmente el señor… ¿Cómo ha dicho que se llama su cliente?
—Simón Cañizares— replicó Dantés cubriendo el teléfono, y volvió a su llamada.
—Simón Cañizares. Que el señor Simón Cañizares estuviese deliberadamente trasladando un cadáver en su maletero hacia Port Aventura.
—A estas alturas yo ya no descarto nada —apunté—, pero ¿quién lleva un muerto al parque de atracciones con su hija de cinco años en el coche?
—Yo no, desde luego. Pero no digo que sea lógico, sino que no deja de ser posible. Acuérdate del Exiliado y de lo inocente que parecía.
—Hay una complicación añadida… he hablado con Irene, ha conseguido echarle un ojo al informe de la autopsia. Y hay algo que no termina de encajar… El cuerpo se ha empezado a descomponer a lo bestia durante el traslado. A día de hoy es imposible determinar exactamente cuándo se cometió el crimen.
—¿Cómo ha ocurrido eso? —inquirió Zalaya.
—Lo está investigando para nosotros, pero lo que sí que es cierto es que nos echa por tierra cualquier intento de cronología. Sabemos que ese cadáver se introdujo en ese maletero antes del accidente, pero no sabemos cuándo ni en qué momento lo mataron.
—¿Lo que quiere decir?
—Que aunque sepamos quién accedió cuándo al coche, no podremos relacionar eso con la fecha de la muerte. Necesitaremos algo más para descubrir quién lo hizo.